Orígenes del Jabón
El
primer agente limpiador fabricado por el hombre fue el jabón.
La
primera referencia histórica aparece en las Tablas de Lagash de los
Sumerios en el año 2.500 a.C., que lo utilizaban para el lavado de sus
ropas. Las Tablas sumerias describen de manera detallada el procedimiento
de fabricación del jabón, llegando incluso a definir las cantidades en
que se deben ser mezclados los dos componentes principales: aceite y
cenizas de madera. (Gómez Antón 1996).
En los papiros de Ebers, que se remontan al año 1.500
a.C., describe cómo los egipcios utilizaron para elaborar el jabón
grasas animales o aceites vegetales y cenizas de una sustancia existente
en el Nilo llamada "Troma", de composición parecida al carbonato sódico; lo usaron tanto para tratar enfermedades cutáneas como para lavar
ropa. (Dovolyi 1980).
En el año 600 a.C., los fenicios obtuvieron jabón
mezclando grasa de cabra con cenizas de madera. Los mercaderes fenicios
que surcaban todo el Mediterráneo introdujeron el jabón entre los griegos y los romanos, y
según el escritor romano Plinio el Viejo (año 70 a.C.), lo vendieron
como laxante a los galos.
De acuerdo a una antigua leyenda romana, el jabón, soap
en inglés, debe su nombre al monte Sapo, donde se sacrificaban los
animales. La lluvia arrastraba la mezcla de la grasa animal y cenizas de
madera hasta las orillas del río Tiber. Las mujeres se dieron cuenta
que al emplear esta mezcla para lavar obtenía mejor resultado y sin
mayor esfuerzo.
La importancia del jabón para el lavado y la limpieza en
general no fue reconocida si no hasta el siglo II d.C., al ser recuperado
por el médico griego Galeno, quién aseguró que no sólo era capaz de
curar si no también de lavar la ropa y quitar la suciedad del cuerpo.
La utilización de cal viva como componente cáustico en
sustitución es atribuida a los árabes en el siglo VII d.C.; este
descubrimiento permitió fabricar jabones más fuertes. Fueron los árabes
que introdujeron los jabones a España extendiéndose desde aquí a todos
los países mediterráneos.
En la segunda mitad del siglo XVIII y a comienzos del
siglo XIX coincidieron dos situaciones, basadas en el conocimiento
científico, que impulsaron el avance y el desarrollo de la fabricación
del jabón: el estudio de la estructura de las grasas de Chevreul en 1823
y el desarrollo del proceso tecnológico de obtención de carbonato
sódico realizado por Leblanc en 1791. Este desarrollo científico-técnico
permitió que un artículo considerado de lujo hasta entonces, estuviera
al alcance de todo el mundo. Ello propició una mejora sustancial en las
condiciones de higiene y un crecimiento exponencial en la población
europea debido a la disminución de las tasas de mortalidad (Gómez Antón 1996).
*http://www.botanical-online.com
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